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Punta del Este, bien cerca

Una escapada a la ciudad uruguaya que en temporada de verano estalla, pero que cuando inicia el otoño se convierte en un apacible refugio para descubrir, con sus sitios emblemáticos (la escultura La Mano, la calle Gorlero y el puerto), sus ambas costas, áreas con identidad propia como La Barra y rincones imperdibles como Casapueblo.

Hay una canción popular uruguaya, “Río de los Pájaros”, que dice: “El Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja…”

Pero el Uruguay sí es un río, es un cielo azul que viaja, un país con gente amable; deliciosa comida, sol, mar y, para mí, el escenario natural de una colección de momentos inolvidables.

Por todo eso, “el paisito” se convirtió en un pequeño paraíso personal al que me gusta regresar cada vez que puedo.

Al oriente de ese paraíso se encuentra Punta del Este, una ciudad que solía definir –en el sentido más amplio del término– como “un enclave muy lejano”. Pero claro, eso fue hasta que la conocí. Hoy la urbe es uno de esos destinos entrañables y por eso, les propongo descubrirla.

SALE EL SOL.

Geográficamente, la ciudad se localiza a 134 km. de Montevideo, en una península que avanza sobre el océano Atlántico y sobre el Río de la Plata. De esta manera, se determinan dos franjas costeras: La Mansa y La Brava, donde comienza el océano Atlántico.

Gracias a su ubicación, la ciudad permite disfrutar tanto de la salida como de la puesta de sol que baña las costas de la península con un bellísimo tono dorado que se repite cada día pero nunca es igual.

Para organizar la estadía valdrá la pena comenzar por el centro y luego extenderse hacia algunos rincones imperdibles que les recomendamos visitar.

PARADA 1: LA CIUDAD.

En plena Parada 1 de La Brava hay un paseo con varias esculturas de artistas americanos; una de ellas emerge de la arena. Se trata de “La Mano”, una obra que diseñó en 1982 el escultor chileno Mario Irarrázabal para simbolizar la presencia del hombre en la naturaleza.

Desde allí, cruzando la Rambla Artigas se ingresa en la famosa calle Gorlero, ideal para perderse entre sus cafés, galerías y tiendas. Si continuamos por esta avenida, algunas cuadras más adelante nos toparemos con la Feria Artesanal de la Plaza Artigas.

En cambio, si tomamos por la Rambla de Circunvalación, en dirección al puerto, se dispone una sucesión de bares y restaurantes para degustar la gastronomía local. No dude en probar los exquisitos mejillones a la provenzal de “Ártico”, que además de ofrecer muy buena relación precio-calidad, ostenta la mejor vista panorámica sobre el puerto de Punta del Este. Imperdible.

Desde el puerto, vale la pena embarcarse para conocer la isla Gorriti, localizada a sólo 2 km. de la bahía. Durante el verano, la isla cuenta con servicio de parador y los visitantes pueden cruzar hacia allí, conocerla, disfrutar de alguna de las mejores playas de la región. Ideal para experimentar el contacto directo con la naturaleza y el aire libre.

Para conocer más sobre la historia del destino, saliendo del puerto se encuentra la zona del faro. La parroquia “Nuestra Señora de la Candelaria” así como las primeras casonas de veraneo –que son una pequeña muestra de la ecléctica y hermosa arquitectura esteña– conforman esta zona primigenia de la península.

A la altura de la Parada 14, descubrimos los coloridos jardines de barrios como Beverly Hills y Rincón del Indio, donde predominan los espacios verdes y la diversidad de estilos de construcción.

Muy cerca se encuentra el Museo Ralli, que desde 1987 preserva y difunde una relevante colección de obras escultóricas de Salvador Dalí y Fernando Botero, entre otros. Tanto el acervo del museo como la belleza de los jardines aledaños constituyen un viaje único hacia el color y las formas.

PARADA 2: LAS PLAYAS.

Hay opciones para todos los gustos en materia de playas. Partiendo desde “La Mano” hacia el Atlántico, se extienden las paradas de La Brava que se caracterizan por su oleaje movidito. Playas como La Olla y El Emir son ideales para quienes practican surf o para quienes simplemente contemplan a aquellos que practican surf.

En La Mansa, el agua parece una piscina y hay paradores como I’Marangatú, donde los vacacionistas pueden disfrutar de clases de yoga y pilates; tragos refrescantes, música chill out y hasta de un librero ambulante, que cada tarde alrededor de las 16.30, se pasea por la playa y es la perdición de los bibliófilos compulsivos.

PARADA 3: LA BARRA.

A escasos kilómetros de Punta del Este, sobre la ruta 10, se encuentra la desembocadura del arroyo Maldonado que conecta con el océano Atlántico. Para llegar hay que cruzar el inconfundible puente Leonel Viera, conocido como el “Puente de La Barra”, al que el poeta chileno Pablo Neruda le dedicó una oda.

Una vez traspasada esta ondulada frontera se accede al pequeño pueblo de pescadores que hoy se caracteriza por sus construcciones coloridas, sus famosas playas –como Bikini o Montoya–, las discotecas de moda, los restaurantes de alta gama y un importante centro comercial con marcas internacionales de gran prestigio.

Un paseo por sus encantadoras galerías de arte, anticuarios y locales de impronta hippie chic, así como una sencilla pero deliciosa merienda en el local “Medialunas Calentitas”, conforman un programa ideal para poner en marcha algún día nublado o cambiar el rumbo de la tarde.

PARADA 4: PUNTA BALLENA.

Para ser exacta, el verdadero edén oriental se encuentra a 13 kilómetros al oeste de Punta del Este, se llama Punta Ballena, y fue el artista uruguayo, Carlos Paéz Vilaró, quien encontró allí su lugar en el mundo, construyó Casapueblo y nos regaló a todos el secreto mejor guardado de la costa uruguaya.

Esta propiedad, Casapueblo, funciona como museo, atelier, hotel, además de ser el balcón de una de las puestas de sol más lindas del mundo. El complejo se localiza a la vera de la ruta panorámica, y es ideal visitarlo por la tarde.

Al recorrer el museo es natural adentrarse en el mundo Páez Vilaró e ir descubriendo sus obras coloridas, que reflejan de un modo singular e inconfundible la identidad uruguaya. Las aventuras de sus viajes por el mundo, su amistad con Pablo Picasso, la visita del poeta brasileño Vinícius de Moraes, así como su conexión casi mística con el sol.

Mientras tanto, en las terrazas de Casapueblo comienza a caer la tarde, suena el concierto de Aranjuez y la voz de Páez Vilaró recita un poema dedicado al astro rey. La emoción se hace lugar y un silencio reflexivo se apodera de todo el espacio.

Por si fuera poco, muy cerca de allí, se encuentra otro de los lugares míticos de Uruguay: el famoso Medio y Medio. Se trata de un club de jazz que cuenta con dos escenarios: uno exterior y uno interior, que además de convocar a los artistas más destacados de la región, cuenta con un restaurante de alta cocina –a cargo de la chef Graciela Ferreres–, cuyas empanadas de camarón, así como las miniaturas de lenguado, podrían definirse como “la gloria al plato”.

Y en tanto, si nos libramos a la fé poética, es natural que estando en el paraíso esteño las sorpresas agradables se multipliquen. Sin embargo, no deja me deja impactada que durante mi visita a Medio y Medio, estuviera programado un concierto a dúo de Fernando Cabrera y Martín Buscaglia, dos de los artistas uruguayos que más admiro.

Era la primera vez que Buscaglia y Cabrera compartían escenario y eligieron hacerlo allí, la semana de mi cumpleaños, y con un repertorio que si me lo hubieran preguntado, sería exactamente así.

No sé si existe el paraíso, tampoco sé si todos tenemos un “lugar en el mundo”, pero estoy segura de que allí, al este del paisito, entre arena, sol, mar y música, el mundo nos regala un guiño.

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